Descubriendo el cuerpo

Nombrar y reconocer los genitales de las criaturas al nacer

El inicio de un diálogo, descubriendo el cuerpo

Formar parte de “Migjorn, casa de naixements, s.c.c.l.” desde su inicio ha supuesto para mí una gran oportunidad de crecimiento personal y profesional.

He tenido la oportunidad de mostrar a las mujeres, de cualquier edad, sus partes más íntimas: sus genitales externos y los más profundos, desde la vulva al cuello del útero, de la manera más sencilla: mediante un espejo que ellas mismas sostienen, mientras yo deletreo su anatomía. De esta manera cambia su percepción.

Durante una exploración les pregunto: ¿quieres ver tus genitales?, mientras les doy el espejo – que cuando trabajaba en atención primaria de la Seguridad Social siempre era del mayor tamaño que cabía en mi bolsillo- y tantas veces me han dicho: “No, no ¡qué asco!”

Con un guiño de complicidad, les comento: “Son tuyos…”. Empieza a surgir una sonrisa.

Tras la observación, su expresión se ha convertido en: “Qué maravilla, nunca me lo habían mostrado”, “Nunca se me ocurrió que pudiera verlo”… “¿Por este agujerito sale la regla y salen los bebés?” “Es un misterio, un milagro”

A esto yo le llamo generar autoestima, empoderamiento, salud, prevención…

En los últimos años hemos entrado en escuelas e institutos facilitando talleres para celebrar la llegada de la fertilidad a las aulas y acercar el nacimiento a escuelas e institutos, que hemos llamado en general

Esta asignatura pendiente que es la vida

Nos ha sucedido lo mismo: ante la visión de imágenes relacionadas con los genitales masculinos han habido risas, ante las de genitales femeninos: ¡qué asco!

Y, las preguntas: mil… las que nunca han faltado han sido las referidas al dolor en relación con la sexualidad femenina: la regla, el parto, las primeras relaciones sexuales…

De las reflexiones sobre esta experiencia ha surgido este texto que os ofrezco a continuación que forma parte de otro más amplio en torno a aspectos relacionados con

El cuidado de la vida desde su inicio

NACER, la criatura asoma su cabecita al exterior tras el intenso viaje desde el vientre de la madre al mundo. Manos cariñosas le reciben, son las de la madre, el padre, su familia, las de la comadrona atenta y respetuosa profesional. Lentamente, despacio acaba de surgir su cuerpo, sus brazos y sus piernas. Con cuidado, piel con piel, sobre el vientre de la madre, empieza el tiempo de reconocimiento mutuo. La mirada, el olor, la humedad, el calor, el contacto… la mano materna acariciando el cuerpo… se desliza, lo delimita, se detiene en cada pliegue, el tiempo no existe… descubre sus genitales, los reconoce: ¿son femeninos? ¿son masculinos?

Más tarde su mirada atenta se deposita sobre ellos: la vulva, los labios mayores, los labios menores, el himen y en él el orificio de entrada a la vagina, el clítoris y su capucha, el orificio para hacer pipí… un pene, unos testículos en su bolsa, la piel recubriendo el glande… La madre, la familia, la comadrona los miran, los admiran –como sus ojos, su boca o los deditos de manos y pies- los nombran, los reconocen…

A partir de este reconocimiento y diálogo inicial podrán renombrarlos, reconocerlos todos los días cuando la criatura disfruta desnuda de su libertad de movimiento, al cuidarle, al asearle, al poner un aceite o una crema, al dedicarle un masaje infantil…

En muchas ocasiones este reconocimiento lo reciben más fácilmente los niños porqué sus genitales están más expuestos y porqué nuestra cultura es más favorable a nombrarlos, a expresiones de celebración y referencias a su masculinidad.

Con las niñas en general iniciamos un trato de no verbalización, un no reconocimiento explícito, una no celebración… alguna familia nombrará la vulva pero muy pocas se detendrán en descifrar cada uno de sus detalles: los labios mayores, los labios menores, el himen y en él el orificio de entrada a la vagina, el clítoris y su capucha, el orificio para hacer pipí…

Descubriendo el cuerpo, sembrando palabras

Nuestra cultura sigue todavía sosteniendo el tabú de la virginidad, tenemos interiorizado en lo más profundo de nuestro inconsciente que la visión, la exposición de los genitales femeninos por más infantiles que sean son más susceptibles de inducir la mirada erótica, excitante de la sexualidad masculina imperante, de la tentación al abuso sexual, a la pederastia… y este fantasma nos sobrevuela y nos hace daño.

De forma consciente también podemos dar a la mirada de los genitales masculinos una dosis de ternura donde habitualmente ha primado la picardía y la ironía, con una sutil y profunda sensación de “podrás disfrutar libre de los sufrimientos de la sexualidad femenina”.

Posiblemente la ternura necesaria para unas relaciones integrales más humanas.

Este es un momento clave para iniciar un trato de igualdad en el reconocimiento y de superar tabús que nos llevan al silencio, a la falta de acompañamiento en el descubrimiento de la sexualidad desde niñas. Ausencia de compañía que también pueden notar los niños, pero en menor y diferente medida.

Este reconocimiento desde el inicio de su genitalidad, esta mirada a sus genitales, esta descripción detallada al nombrarlos poniendo palabras, podrán encontrar continuidad a lo largo de la primera infancia y su crecimiento posterior hasta la adolescencia sin interrupciones. Quizás aquí esté una de las muchas claves aún por descubrir de este acompañamiento hasta la adolescencia, la etapa en que las criaturas maduran hacia su propia fertilidad en lo físico, en lo emocional y en lo social descubriendo el mundo más allá de la familia y de la escuela. Probablemente este reconocimiento y estas palabras desde el inicio de la vida posibiliten el diálogo roto o nunca iniciado entre madres y criaturas, entre una generación y la siguiente. En realidad a todas nos ha faltado y por el contrario hubiésemos deseado. Todas hemos experimentado este vacío, esta carencia, esta complicidad, esta confidencialidad entre madres y criaturas. Y la valiosa excepción confirma la regla y la posibilidad de una realidad distinta.

Será importante observar este acompañamiento en el transcurso de la vida con atención y detalle semejante, igual o parecida a la que proporcionamos cuando se trata de cuidar el aprendizaje de caminar, comer, hablar, lavarse los dientes o las manos, leer o salir de excursión las primeras veces.

No ha sido una tarea fácil para muchas mujeres que no han observado con gusto y autoestima sus propios genitales, menos aún si no los han nombrado con detalle con muestras de confianza y de respeto, diría con “orgullo” como han podido hacer adolescentes y adultos del sexo masculino.

La falta de relación con esta zona genital de nuestro cuerpo crea un abismo, nos deja sin palabras, para poderla nombrar con tranquilidad y con aprecio desde el momento de nacer sin interrupciones hasta las conversaciones habituales de la infancia y la adolescencia con nuestras hijas. Ellas aprenden a través de nuestra actitud la existencia de un vacío innombrable en su cuerpo. Crece día a día el silencio.

Cuando llega la pubertad y los cambios se anuncian inevitables para la madre se hace más notoria la necesidad de comunicar con la niña especialmente para que ésta sienta que ante problemas puede sentirse acompañada. Llegada esta edad un diálogo muchas veces nunca iniciado será difícil de comenzar.

Los niños, en su mayoría sienten también este silencio en la comunicación con el padre y con la madre, o con la familia en sus diferentes composiciones, pero no sienten tan profundo el vacío de la falta de mirada y palabras que dan valor a sus genitales.

Si nos decidimos a acompañar las nuevas generaciones en el reconocimiento y aprecio de su genitalidad seguramente surgirán cambios en sus vivencias más íntimas y en la cultura ambiental que nos envuelve generando nuevas relaciones entre todas las personas. Hoy conociendo solamente nuestro contexto no podemos ni siquiera imaginar. Cada cambio por pequeño que sea crea condiciones para el siguiente y así nacen nuevas realidades.

Montserrat Catalán Morera

Diciembre-2016